El ser humano nace, crece, se reproduce y muere. No importa a qué especie o raza pertenezca, la biología nos ha asignado indiscriminadamente estas funciones a todas las personas. De una forma u otra, todos acabamos haciendo lo mismo de una forma diferente o siguiendo las mismas pautas que sigue la mayoría. Por ejemplo, el hambre puede ser saciado de muchas maneras.Están las personas que cuando tienen hambre se comen una hamburguesa, o las que fuman para no comerse a sí mismas. Lo mismo pasa cuando nos sentimos tristes.
La felicidad no camina sola, sino que va de la mano de nuestras funciones vitales. Esta afirmación puede importunar a mucha gente, sobre todo a los que intentan deshacerse de su esencia humana con un chasquido de dedos, algo que es imposible en una sociedad tan avanzada como la nuestra. Parece que la libertad siempre ha sido un problema para el hombre de la sociedad moderna. Hoy la gente vive en una imaginaria distopía y sienten que deben seguir actuando dentro de un marco de lucha para lograr encontrar su felicidad personal. A diario vemos manifestaciones de colectivos que creen vivir entre rejas, que en el fondo no están tan equivocados porque en realidad no somos libres de buscar nuestros propios caminos a la felicidad.
Si fuéramos libres, todos podríamos hacer lo que quisiéramos. Apenas lo notamos, pero sobre nuestras cabezas nos mantienen adheridos a unos hilos invisibles que sólo un grupo reducido de "los de arriba" pueden manejar. A su vez, estos manipuladores creen tener la libertad absoluta y que ellos están exentos de cualquier opresión. No hay nadie más infeliz que el que cree que es feliz. Incluso ellos, que a veces sustentan el poder de las masas, caen a la calle cuando les cortan los hilos. No importa de qué escalón de la sociedad sean; gitanos, curas, políticos, empresarios, banqueros, profesores, basureros... Todos se precipitan al vacío tras la más mínima agitación.
Nadie puede desligarse de sus funciones predeterminadas. En tiempos de necesidad, algunas personas piensan que la rebeldía es el camino que ofrece más libertades para vivir, pero hasta las almas libres están sujetas a un ideal que determinará sus acciones y su forma de vida, que en muchas ocasiones terminará por hastiarles. Vivir recluido en los propios pensamientos tampoco es la mejor forma para librarse de ese ventrílocuo imaginario que nos manipula.
Como ya he dicho, los hombres, como las mujeres, nos movemos por el mundo por nuestras necesidades. A menudo podemos perdernos en ellas, pero es evidente que nos sentimos llenos cuando las satisfacemos. Sin embargo, no son esas necesidades las que determinan un alma libre porque sencillamente van ligadas a funciones más básicas que espirituales que nos dopan de alegría y a su vez nos encierran en una jaula de frustraciones y caminos a medio andar. ¿Cuál es entonces la libertad que nos queda? Ninguna, al menos no desde mi punto de vista.
Yo me considero parte de la generación de jóvenes que casi se despertó del sueño. En su día abrimos los ojos, miramos a nuestro alrededor y nos dijimos: "¿Qué es esto? No es lo que había imaginado". De esa colisión de cuestiones surgieron dos grupos: el de los que preferían nadar en un mar de flores y el de los que se construyeron una barca con pétalos para que fuera má fácil llegar a la orilla. Yo opté por el segundo, aunque bien tarde, y mi decisión no me decepcionó menos que los que prefirieron seguir a la deriva.
Seguimos en tiempos de necesidad, y hoy observo a esas almas de cántaro estamparse contra sus propias metas, siguiendo la línea que siguieron todos los que vinieron antes, sin obtener algún resultado satisfactorio que les proporcione la verdadera felicidad. Y uno se pregunta cómo consiguen todavía seguir respirando y no haberse hundido con sus propios ideales. Y también me pregunto si mi bando era el equivocado o si lo era la generación entera. Las respuestas a estas cuestiones son un misterio, y desgraciadamente ningún individuo que haya nacido antes o después de nosotros nos las podrá responder con total acierto y, sobre todo, con sinceridad. Lo único que podemos hacer es esperar a ver si nuestras mariposas revolotean de nuevo alrededor de los pistilos del paraíso o si, por castigo, se les desgastan las alas y caen en picado a una vida de rutinas anatómicas que todos repetimos de memoria. Mientras tanto, flotaremos en el aire.