Artículo: Sentimientos encontrados con Miguel Hernández

Escoger una línea de investigación para un Trabajo de Fin de Máster no suele ser una decisión rápida. Rara vez se percibe la suficiente preparación para poder profundizar en un tema que en la mayoría de los casos resulta desconocido. En mi caso, sin embargo, puedo asegurar que se trató de un auténtico flechazo: los poemas de "Viento del pueblo" de Miguel Hernández.

No vacilé ni un segundo en desplazar la propuesta a la cima de la lista. Por primera vez en mi vida académica una universidad me ofrecía la oportunidad de hurgar con cierta "libertad" en el alma de un poeta. Pero no de cualquier poeta. Miguel Hernández fue un hombre profundamente comprometido, por un lado, con sus raíces, y por otro, con sus convicciones sociales. Fue la voz colectiva cuando el pueblo sufrió de afonía, fue la pluma de la poesía cuando el verso perdió las alas... Fue, fue y fue tantas cosas que no cabría extrañarse de que finalmente sucumbiera al cruelísimo desengaño.

Las razones que me empujaron a estudiar la vida y obra del poeta oriolano son varias. Asumo que mi ignorancia literaria sobre las tempranas corrientes literarias del siglo XX fue una de ellas. La ocasión, por lo tanto, me brindaba indagar en una figura que sólo conocía por las vagas aproximaciones que nos enseñan en las escuelas alicantinas a los churumbeles, entre ellas, Abarcas desiertas y unos cuantos versos destetados de Nanas a la cebolla.

La motivación más notable, no obstante, llegó a mí a raíz de empezar conocer un poco más sobre su vida. Sabemos la trayectoria del poeta oriolano gracias a la publicación de todas sus intimidades: montañas de cartas, partes, sentencias y artículos en los que aparece un claro protagonista: Miguel Hernández. De hojear todos estos documentos encontré un hilo del que fui tirando y tirando hasta que di con una fotografía del poeta frente a la catedral de San Isaac de San Petersburgo. Podéis imaginar mi sorpresa al descubrir que en aquel lugar por el que yo pasaba cada madrugada para ir al trabajo había estado un oriolano 80 años antes.

Con todo, esa no fue la única coincidencia que encontré en nuestras vidas. Ambos brotamos en tierras doradas, esos parajes sureños que secan hasta las mismas lágrimas, rodeados de circunstancias campestres y amarrados por la restrictiva tradición del adecuado lactar (Ferris, 2002). Somos como dos astillas, probablemente una más áspera y quebrada que la otra, que durante nuestra tumultuosa vida hemos buscado injertarnos en la quilla de algún barco que nos remolcase hasta el deseado reconocimiento.

Tanto Miguel como yo fuimos instruidos bajo el puritanismo de instituciones educativas y culturales religiosas. Esta formación nos valió para entender las bases de nuestra sociedad occidental (Dawson, 1997), esa que, desgraciadamente, ahora nos empecinamos en destruir a pesar de los esfuerzos que se gastaron para barrerla de montañas de casquillos. No puedo evitar decir que también nos unió la misma profesión, el periodismo (Esteve, 1942), aunque a fin de cuentas es evidente que uno resultó ser más periodista que el otro.

Cuando terminamos de formarnos en nuestros pueblos natales, creímos estar preparados para dar el paso hacia la grandeza. Así que nos aventuramos a probar suerte en Madrid, con el varapalo que ello suponía para dos mentes pueblerinas. Ni siquiera vestíamos a la altura de la ciudad capital, donde los remilgos destacan en el aparentar más que en el actuar.

Después de ir puerta por puerta, de sufrir las risas de "la gente de la hierba mala", el ghosting empresarial o esas odiosas entrevistas invertidas, nos mandaron a casa con nuestros currículos bajo el brazo y el rabo entre las piernas. Siendo tan jóvenes y enérgicos, no nos podíamos permitir la fácil rendición. Y en los siguientes intentos, la humillación y el desencanto también estuvieron presentes.
Madrid, 12 de abril de 1935
¡Si supieras qué odio le tengo a Madrid! Dormir en cama ajena, tratar gente que ni te interesa ni te quiere, comer, no lo que te apetece, sino lo que te dan.
Porque tener talento no era suficiente. Teníamos que demostrar un compromiso incondicional, ofrecernos a nuestro tiempo para que nuestras letras fuesen aceptadas por el público, es pocas palabras, que lo que escribiésemos no desentonase con las tendencias político-sociales del momento.
Madrid, 4 de febrero de 1937

...pienso en si no habrás tenido mi carta anterior en la que te mandaba una hoja de periódico con una fotografía mía que no me parece nada...
Pese a todo, era una manera de reafirmarnos sobre "las bocas que nos escupen", un sutil revés sobre los que tanto daño nos hicieron, y nos siguen haciendo. El cambio también nos permitió experimentar nuestras primeras crisis existenciales, lo que hizo que también perdiésemos las viejas amistades y encontrásemos otras que nos llevarían por nuevos caminos (Prieto de Paula, 2010).

Fue una sorpresa para nosotros recibir la invitación para visitar tierras soviéticas; Miguel al V festival de Teatro Soviético de Moscú y yo a un contrato laboral en el Centro Español de Negocio, Cultura y Turismo de San Petersburgo. La entrada, sin embargo, fue la misma para ambos. Alcanzamos nuestras pasiones a través de la llamada "ventana a Europa", en medio de la custodia y la agitación, cual don Juan en el convento donde aguarda doña Inés. Los dos quedamos embebidos por las mismas impresiones, la belleza rusa, y nuestros sueños y ambiciones se entrecruzaron en el camino, y creímos desde allí estar caminando sobre suelos celestiales (Arribas, 2005). Y ni así conseguíamos desprendernos de nuestros orígenes.
Moscú, 3 de septiembre de 1937

Es muy bonito Moscú, pero no tanto como Cox. No te rías cuando te leas esto, morenica de mis entrañas, que es la pura verdad. 
La ventana seguía abierta, y gracias a eso nos asomábamos de vez en cuando para estar al tanto de cómo avanzaban las Españas en su interminable disputa fraternal. Y así, al ver las cosas desde otro vértice del terráqueo, fue como si una parte olvidada de nuestras almas despertase de un pellizco (Cano Ballesta, 1971). Y regresamos a España ojerosos (Arribas, 2005), calzando el desencanto y la melancólica nostalgia de traje, e intentamos retractarnos de nuestra revoltosa juventud.
Leningrado, 14 de septiembre de 1937

Mira, es posible que cuando vuelva a España no me dedique más que a mi trabajo de teatro, y no vaya más o vaya poco por los frentes. 
Reconciliarnos con nuestro pasado nunca fue fácil, pero no habría resultado imposible si el pasado también hubiese cambiado en nuestra ausencia. Desgraciadamente, ninguno de nuestros pasados se había transformado siquiera un ápice. Nosotros sí habíamos cambiado, es verdad, pero España y nuestra casa seguían igual que a nuestra partida.

Por circunstancias similares, los dos nos casamos con prisas y a lo loco, en unas ceremonias apresuradas, sencillas y lo más íntimas posibles. Al poco tiempo, igual que nosotros, Miguel y Josefina deben volver a distanciarse (Egido, 2011). No es fácil vivir bajo la amenaza de tener que ver a nuestras amadas a través de las fronteras políticas mientras dura una contienda. La guerra civil española les apuró el enlace a ellos, mientras que a nosotros lo hizo la ruso-ucraniana.
Agosto de 1936
En vez de dedicarte a esperar con alegría el momento de nuestra boda, te dedicas a desesperarte por tu cuenta y a pensar que no me vas a volver a ver más...
El desengaño llegó a ambos en España, en nuestra propia casa, pero en Miguel culminó con su triste detención a manos del franquismo. A ello le sucedió un constante periodo de mudanzas carcelarias hasta que finalmente se instaló en la prisión de Alicante, ahora unos juzgados, donde comenzó el rezumo de su alma por sus apretados dientes. Entonces se pudo demostrar que es posible desintegrar a un hombre fabricado de arte y roca.

No me puedo comparar ni identificar con Miguel Hernández, de ninguna manera, pues estaría sufriendo delirios de una grandeza nada merecida. Un familiar muy cercano al poeta me dijo una vez que no se puede llegar a su altura, y que por eso había desistido de seguir sus mismos pasos literarios. Mis composiciones no pueden compararse con las del poeta-cabrero, las publicadas mucho menos que las escondidas, pero las coincidencias que encuentro en nuestras vidas han logrado despertar en mí una extraña afinidad.

No consigo quitarme de la cabeza a ese oriolano que posa sonriente en una fotografía con la gris y eternamente encapotada ciudad de San Petersburgo de fondo. Pudiera ser la nostalgia de mi cruel alejamiento, de que es posible que no vuelva a visitar la ciudad que me lo dio todo. Ya tengo la edad de la muerte del poeta y no he conseguido ni la mínima parte de lo que él consiguió, pese a haber insistido tanto y haber vivido casi las mismas experiencias. Ese desencanto no se desvanece ya durante varios años, porque aquí sigo con la "ventana a Europa" tapiada, e intento autoconvencerme de que el viento del pueblo pueda cambiar el rumbo de mi vida algún día.

...pero si alguna vez yo río o canto,
lo hago porque no tengo sino una
manera de ocultar mi triste llanto.

Referencias:
  • • Arribas Santana, Andrés (2005), Segundo viaje de Miguel Hernández a Rusia. Moscú.
  • • Cano Ballesta, Juan (1971), La poesía de Miguel Hernández. Biblioteca Románica Hispánica. Editorial Gredos, S. A., Madrid.
  • • Dawson, Christopher (1997), Historia de la cultura cristiana. Fondo de Cultura Económica. México.
  • • Esteve Ramírez, Francisco (1942), Miguel Hernández, periodista. Miguel Hernández, cincuenta años después, Actas del I Congreso Internacional Miguel Hernández, Tomo I, pp. 319-324. Comisión del Homenaje a Miguel Hernández. Alicante.
  • • Ferris, José Luis (2002), Miguel Hernández: Pasiones, cárcel y muerte de un poeta. Ediciones Temas de Hoy S. A., Madrid.
  • • Hernández Egido, Mª Paz (2011), Cartas de Miguel Hernández a Josefina Manresa. C.A. Universidad Nacional de Educación a Distancia de Elche. Elche.
  • • Prieto de Paula, Á. (2010), El laberinto de Miguel Hernández: estética e ideología en un momento de transición. Instituto de Estudios Giennenses. Universidad de Alicante.