A estas alturas ya no puedo echar de menos Rusia, ni sus calles heladas, ni sus sopas calientes, ni la magnificencia de sus monumentos, ni la generosidad de sus gentes... Hace tiempo que se ha marchitado la rosa blanca que había plantada en mi alma. Tampoco noto la calidez de mi país natal desde hace unos años. Cada billete de vuelta me ha invitado a caer de rodillas sobre una alfombra áspera y sucia, como si ese fuera el máximo premio que pudiese recibir un compatriota retornado y muerto de hambre, por si acaso se le ocurriese alzarse contra una incomprensible rivalidad fraternal y haga que se tambaleen los cimientos de un nepotismo mal disimulado.
La mediocridad camina anchamente por escuelas y empresas. La decencia está infravalorada en España, donde a la gente se le ceba con todo lo más inútil posible, y a la mínima pregunta curiosa que pueda generar molesto ruido en el silencioso rebaño se le responde con un contundente "esto es así porque es así". Podéis empezar a preocuparos, porque esto lo he presenciado hasta en un aula de instituto. Depender de la verdad de algo o de alguien no te hace más débil o menos autónomo, sino más humano, y criticar eso en una época en la que se motiva más el trabajo colaborativo que el individual es, como mínimo, absurdo.
Dicen que el tiempo pone a cada uno en su lugar. Me pregunto qué le habrán hecho al tiempo todas esas personas que se ensucian el cuerpo cada día por no salir del esquema aparentemente normal. Parece que a nadie le preocupa que se estén sirviendo hamburguesas envueltas en títulos universitarios. Yo seco coches con los míos, y la verdad es que para eso valen más que el Scottex, pero apenas sirven para absorber las lágrimas que derramo sobre los volantes.
Vacunarse contra el fracaso es algo que se debe hacer en las escuelas desde que somos pequeños. En una sociedad en la que las normas del juego están impuestas por los abusones, los matones y los idiotas, es indispensable formar a una masa de personas resistente a las depresiones, a los insultos y a las críticas destructivas. Estas cosas solo se aprenden en el asfalto y rodeado de personas que se criaron en la calle. Pero nos han enseñado, y siguen haciéndolo, que lo que normalmente hacen los marginados y los fracasados está mal, y así estamos ahora, con generaciones de jóvenes depresivos, ansiosos y destrozados mentalmente.
Desviándome del tema, me gustaría disculparme un poco hacia mis lectores/as, a quienes durante tanto tiempo he abandonado. Últimamente me he visto atrapado en una jaula de cera. Entre mis dedos se ha enrollado un cordón mal hilado por las prisas de la vida, cordón que algún día espero que se rompa definitivamente. Es cierto que me estoy acostumbrado al estudio y al trabajo simultáneos, pero he de reconocer que a veces me desoriento como un pato en un vendaval.
Una vez, durante unas prácticas de profesor, unos chicos de secundaria me preguntaron para qué les iba a servir estudiar la morfología de las palabras. Aquella inesperada pregunta me hizo trizas el alma. ¿Qué les respondí? Pues lo que supuestamente se espera de un profesor de lengua, "para abrir puertas y tener un futuro mejor", dicho desde la intranquila conciencia de alguien que guarda a sus espaldas muchos títulos, mucha experiencia en el extranjero y un salario de lavacoches a jornada completa en el aeropuerto.
Las ataduras de mis muñecas se han endurecido durante todos estos años, y tengo callos como estigmas hasta el punto de que tengo que llevar ropa larga para que no despierten las sospechas de los menos transigentes de mi alrededor. Últimamente también pierdo la mirada entre las cientos de ventanillas que reflejan mi patética figura mientras sostengo el trapo en una mano y el desengrasante en la otra. Al final del día tan sólo me queda rascar las pocas ilusiones que me regala la vida, las que desechan otros o las que ya han permanecido demasiado tiempo en un hondo joyero vacío, porque, a fin de cuentas, es mejor andar infeliz en el amar, que infeliz y en el olvido.
Yo también, como cualquier persona normal en un momento determinado de su vida, me estoy empezando a ahogar en un mar de dudas. Pero al mismo tiempo estoy hurgando en un pasado distante e inocente, ese que me elevó desde muy niño hasta los sueños de las estrellas, probablemente en busca de algún cabo al que agarrarme confiando en que hay alguien al otro lado preparado para tirar y llevarme hasta la superficie.
Atentamente;
Una vacía bañera,
un desplumado plumero,
una desvaída puerta,
un manchado cenicero…