Todo el mundo se ha tropezado con un gato al menos una vez en la vida. Las reacciones de la gente hacia ellos suelen variar. A algunas personas les provocan alergia y a otras, en cambio, ternura. Pero en el fondo es inevitable adorar a estos monstruitos peludos que vienen y van a su antojo y se pasan durmiendo las tres cuartas partes de su vida (o de sus siete vidas).
Nos guste o no, es prácticamente inevitable lo que actualmente se ha denominado con cierta socarronería "cat distribution system" o, en español, sistema de distribución de gatos. Nadie puede escapar de los encantos felinos y su facilidad para adoptarnos, tampoco los escritores. Llega un momento en la vida de cualquier escritor o escritora en el que tarde o temprano, por un motivo u otro, aparece un gato. Parece que están destinados a la convivencia con la literatura desde el principio, como si pudiesen predecir el éxito de una pluma. En este artículo mencionaré algunos de ellos.
De todas las grandes figuras de la literatura, quien parece destacar por su amor a los gatos es Julio Cortázar. Gracias al rescate de varias entrevistas, descubrimos que el escritor argentino de La casa tomada confesó su gran admiración por estos animales, con quien debo confesar que comparto las mismas ideas:
"Del gato me gusta la dignidad, la separación, el hecho de que no eres tú quien lo elige a él sino que es él quien te elige a ti. Él se queda en tu casa por motivos muy interesados, porque quiere comer, pero se queda además porque se siente bien, si no, buscaría otro lugar. Me gustan los gatos porque son una especie de indicación permanente que nos hacen a la libertad, nos muestran el tejado. Los gatos, cuando pueden se suben al tejado. Finalmente el tejado es la parte más hermosa de la casa del hombre".
Sobre María Zambrano, la gran filósofa de El hombre y lo divino, también sabemos que era una amante de los gatos, ya fuera por compromiso familiar, lo cierto es que ella tampoco quería desprenderse de sus mascotas, que eran muchas. En el exilio, Zambrano y su hermana Araceli llegaron a tener tantos gatos como Hemingway. Los recogían de las calles de Roma para darles una segunda oportunidad, hasta el punto de que tuvieron que mudarse por las quejas de los vecinos (no hace falta explicar cómo reacciona un gato o gata sin castrar en época de celo).
Jorge Luis Borges también tuvo gatos, Odín y Beppo. A este último lo conocemos más por el poema que le dedicó en su libro La Cifra. Muy afectado por su muerte, el poeta argentino no dudó en inmortalizarlo en forma versificada:
El gato blanco y célibe se mira
en la lúcida luna del espejo
y no puede saber que esa blancura
y esos ojos de oro que no ha visto
nunca en la casa son su propia imagen.
¿Quién le dirá que el otro que lo observa
es apenas un sueño del espejo?
Me digo que esos gatos armoniosos,
el de cristal y el de caliente sangre,
son simulacros que concede al tiempo
un arquetipo eterno. Así lo afirma,
sombra también, Plotino en las Ennéadas.
¿De qué Adán anterior al Paraíso,
de qué divinidad indescifrable
somos los hombres un espejo roto?
Si retrocedemos más en la historia de la literatura, nos encontramos con el genio del teatro del Siglo de Oro, Lope de Vega Carpio. Si bien en su extensa biografía no hay referencias directas a su amor por los gatos, sí que podemos encontrar algunos indicios en una de sus últimas composiciones: La Gatomaquia. Esta comedia épica protagonizada por gatos con nombres tan auténticos como Micifuf y Marramaquiz nos invita a pensar que, en sus últimos años de vida (la obra se estrenó un año antes de fallecer), el dramaturgo madrileño pasaba los días y las noches rodeado de felinos. Creo que no es descabellado imaginarse a un vejete cansado compartiendo sus melancólicos instantes con varios michis, como también le ocurrió a Charles Bukowski.
Por supuesto, no podía dejarme en el tintero a Pablo Neruda, quien también expresó un cariño especial por nuestros amigos felinos. Recientemente hay recorriendo Internet un fragmento del programa de televisión El show de los libros en el que se puede ver a Antonio Skarmeta narrando la singular Oda al Gato del poeta chileno mientras un gatito negro se pasea alrededor de su cuello:
Los animales fueron
imperfectos,
largos de cola, tristes
de cabeza.
Poco a poco se fueron
componiendo,
haciéndose paisaje,
adquiriendo lunares, gracia, vuelo.
El gato,
sólo el gato
apareció completo
y orgulloso:
nació completamente terminado,
camina solo y sabe lo que quiere.
Por último, me gustaría resaltar una cosa: los gatos nunca se equivocan. Ellos eligen a sus dueños (si se puede llamar así) igual que una varita elige a su mago o bruja. Con esto quiero decir que ellos siempre están cerca de los grandes escritores, sea cual fuere la razón de ello. Y, aunque también tengo gatos, no lo estoy diciendo por mí.
Ha llegado a mis oídos que hay una gran escritora todavía entre bambalinas, que está aprendiendo a ser la mejor y mejorando cada día, y os aseguro que ya es tan grande que ni ella misma lo sabe aún. No me atrevo a decir su nombre por respeto y admiración, pero soy muy malo guardando secretos y seguro que ya lo estaréis sospechando. Solamente voy a decir: que empiece a temblar el mundo desde el momento en que esta mujer decida saltar a escena, porque eso marcará un antes y un después en la historia de la literatura universal. Efectivamente, por si todavía no lo habíais adivinado, os daré una pista: ella también tiene gatos, hasta donde yo sé, dos que se llaman Bubbles y Dominó. Pues ahí lo tenéis, mis queridas lectoras/es, como ya os he dicho; los gatos nunca se equivocan.